Madrid, 1976
Francisco Franco, líder de España, murió a finales de diciembre de 1975, después de 40 años en el poder con los conservadores. De hecho, no existe, nunca ha existido y parece que nunca habrá dictadura, sin ser conservadores en las costumbres, ya sea en Rusia (Stalin, Khrushchev, Putin), en Yugoslavia (Tito), en Cuba (Fidel ), en Argentina (Perón y/o militar), en Corea del Norte (Kim II-sung), en China (Mao a Deng XiaoPing) o en Portugal (Salazar hasta 1968, Caetano hasta el 74). Las similitudes son tantas que incluso Tito (que se autodenomina socialista y siempre se queja de Rusia) y Franco (que se llama a sí mismo capitalista y siempre se queja de Estados Unidos) se parecían en todos los sentidos. Cuando algo así evoluciona, es a través de la ósmosis del contacto externo y la necesidad.
Así fue como la policía y las fuerzas armadas españolas empezaron a pensar en admitir mujeres en sus filas, y Franco ya (lo siento) francamente las ignoraba. Creo que la Guardia Municipal de Madrid (GMM) fue la primera entidad de este tipo en asumir esta vanguardia, allá por 1974. Era agosto de 1976, verano en Madrid, Fernando, brasileño, muy soltero, de unos 30 años, cursando estudios de posgrado en ingeniería, conducía su viejo coche en el elegante Peugeot, por la calle Princesa, en dirección Moncloa-Cibeles y, como tenia menudo, si paro. el coche junto a la vía central para girar a la izquierda, cuando sea posible (cuando el tráfico lo permita) en el Corte Inglés. Entonces apareció una bella policía, bastante joven (23-25 años), que nos ordenó seguir recto, que ya no era posible girar y que habían quitado la señal que lo permitía. Pero la muchacha no guiaba, explicaba ni hablaba, gritaba, ordenaba, gesticulaba, la propia general en su momento de poder, arrogante, expresando sus problemas, su personalidad, su cultura.
Era la primera vez que nuestro héroe veía a una mujer policía. Inmediatamente quedó hipnotizado, paralizado, mirando aquella belleza uniformada y mandona, el uniforme bien cortado, destacando el cuerpo escultural, con porra, pistola en funda, radio VHF y un silbato en los labios... Manos, dedos, uñas, perfectas, con esmalte rojo, el labial adecuado, maquillaje resaltando los ojos verdes de la niña, en fin, una Diosa. Cuanto más gritaba y silbaba la niña, más embelesado e inactivo se volvía Fernando. La situación ya era evidente incluso para los transeúntes que empezaron a detenerse, intuyendo que iba a merecer la pena contemplar la escena, y se formó una multitud. Las cosas se complicaron mucho cuando nuestro héroe, en un error estratégico, “lanzó una perorata” al oficial de policía.
“Piropo” es un argot español sin traducción exacta, que se sitúa entre una broma y un elogio. No puede ser grosero, de lo contrario no es “piropo”. Hoy en día se diría que “tirar un piropo” es “acoso”. Tonterías de la modernidad. El policía, amenazándolo con detenerlo, y Fernando diciendo que ya estaba preso por esos ojos, por esas órdenes, que quería que lo esposaran a ella, etcétera.
La policía, sin creer que Fernando hubiera dicho lo que había oído, entre sorpresa y admiración por el atrevimiento, en el fondo, un poco engreída, sacó el radiocomunicador VHF y pidió refuerzos. Pero, en cierto modo, ya había calmado su alarde de arrogancia, aparentemente porque había notado el ligero acento del temerario, que lo delataba como extranjero. ¡Qué milagros puede realizar un santo-que-no-es-de-casa! Que misteriosa es la policia....
En menos de un minuto llegaron dos autos de GMM, cada uno con dos hombres con ese uniforme. De cada uno se bajaron dos jóvenes policías, de aproximadamente la edad de Fernando, quien recobró el sentido y empezó a pensar que lo que hacía era una tontería, sería mejor seguir a la chica, y acercarse a ella cuando saliera del cuartel. Después de todo, los colegas de esas chicas eran potenciales competidores en el coqueteo. Dicho y hecho. Cuando preguntaron qué estaba pasando y, al enterarse de los “piropos”, uno de ellos tampoco pudo resistirse y decidió decir, con una sonrisa en los labios, con voz clara y audible para todos, que “los ¡El conductor tiene razón!”.
Al policía le bastó con atacar al nuevo acosador, esta vez un colega y compatriota, es decir, sin excusas. Escándalo redoblado. Desprecios de ida y vuelta. Y los 5 policías con armas de fuego y porras. Inquietante. Y reunir a más y más personas para verlo.
Uno de los cuatro guardias que había llegado, y que no había participado en elogios al policía, le dijo a Fernando que cruzara y estacionara en la calle lateral, para liberar el tráfico. Entró en la calle lateral y, fingiendo buscar un lugar para estacionar, se alejó lentamente hasta asegurarse de que nadie lo seguía. Continuó hasta el aparcamiento de la Casa do Brasil, en el campus de la Complutense. Nadie supo cómo terminó la historia. Nadie, tal vez Fernando lo sepa. Lo vieron al día siguiente preguntando dónde estaba la sede del GMM responsable de la zona.
Miguel Fernández y Fernández, ingeniero y cronista, 2023
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