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¡No a la bisutería!

Foto del escritor: Miguel Fernández Miguel Fernández

Actualizado: 25 oct 2024

En 1978, una joven, de Minas Gerais, empleada del Banco do Brasil, vivía en Río en un apartamento recién alquilado en la calle Ipiranga, en la esquina con Conde de Baependi.

Un edificio redondeado, sobre pilotis, con rejas en el perímetro de la calle, en Laranjeiras, eran alrededor de las 20:00 y ella ya estaba en la planta baja esperando la llegada de su novio, charlando con el portero y otra residente.

El VW modelo Brasília naranja llegó, con las dos ruedas izquierdas en la acera, como era costumbre en Río en esa época. El portero abrió la puerta de la reja, la joven salió, rodeó el coche por delante, entró y se sentó en el asiento del copiloto. Ambos torcieron el cuerpo el uno hacia el otro y acercaron los rostros para el beso de costumbre.

Cuando el joven volvió el cuerpo hacia adelante y puso las dos manos en el volante, sintió algo punzar su cuello por el lado izquierdo a través de la ventana del coche. Se volvió para ver qué era y vio una pistola de doble cañón que se le mostraba, y que inmediatamente fue devuelta a su cuello. En una rápida evaluación de la situación con su visión periférica (el servicio militar le había servido para esas cosas), vio que eran dos asaltantes; mientras uno mantenía al portero y a la joven que trabajaba en el edificio, el otro le decía:

“_ Pasen las joyas.”

El joven solo tenía un reloj Omega Seamaster, comprado en 1965 en la fábrica de Omega, en Suiza, traído por sus padres de un viaje a Europa en un tour de Meliá que se permitieron. Lo entregó. Con mucha tristeza, pero lo entregó.

“_ ¡La cartera! También la entregó.”

Y la pistola de doble cañón pegada a su cuello...

“_ ¡Esta porquería con los martillos levantados va a disparar sin querer!”

El asaltante entonces se dirige a la joven que, nerviosa, aunque sin la pistola en el cuello, tarda en quitarse los aretes y la pulsera.

El otro asaltante, controlando el entorno, aparentemente con un revólver .22 y que parecía tener ascendencia sobre el de la pistola, se impacienta con la demora y grita a la joven: “No quiero bisutería, dame ya la alianza.”

Y la joven, “subiendo de tono”:

“_ ¡Eso no es bisutería, señor!”

Y el cañón doble en el cuello del joven comenzó a temblar junto con él. Ambos estaban riendo de la situación. No ambos, todos, menos la joven, aún indignada con la afrenta.

Alianza entregada, junto con las demás joyas, los dos asaltantes se alejaron caminando apresurados, pero no demasiado, en dirección contraria por la calle de Laranjeiras.

Se fueron los anillos, quedaron el cuello y las vanidades.

Se casaron, tuvieron muchos hijos y no vivieron felices para siempre.



Miguel Fernández y Fernández, ingeniero y cronista-narrador (los hechos son reales)

2528 caracteres, escrito en septiembre de 2024

 


 
 
 

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