Como aliñar una ensalada
- Miguel Fernández

- hace 19 horas
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Mi padre era un campesino semi-alfabetizado, oriundo de Orense, en Galicia, España, que emigró, en 1932, con casi 21 años.
Salió (y llegó) clandestinamente, como tantos otros, intentando no involucrarse en la entonces ya previsible guerra civil española. Las tropas, tanto las falangistas como las comunistas, pasaban por las aldeas rurales reclutando a la gente en edad de servicio militar. La noticia corría por delante, las familias juntaban el “dinero” que podían y el joven iba al puerto de Vigo a intentar embarcar en el barco que consiguiera. El que mi padre logró parece que se iba hacia Buenos Aires, pero el “dinero” solo alcanzaba para llegar hasta Río, o quizás él prefirió desembarcar aquí y quedarse con un “restito” (¡imagina, pesetas, aquí en aquella época!). Nunca lo supe bien.
Así como otros paisanos suyos, con historias similares, eran personas duras, rudas, muy trabajadoras, persistentes y, aunque con muy poca educación formal, de extremo sentido común y lucidez. Hasta porque quien no fuera así, creo que no sobrevivió para que lo supiéramos.
Mi abuela materna era otra gallega por aquí en circunstancias parecidas, analfabeta en la práctica, pero que había venido alrededor de 1915 buscando oportunidades que Europa no ofrecía.
Aunque con poca instrucción, o quizá por eso mismo, eran personas que admiraban mucho la “sabiduría”. La “sabiduría” posible para ellos eran los aforismos (“dichos populares”, “frases populares”), frases cortas transmitidas verbalmente. Para ellos y para muchos era –y es– la cultura posible.
Cuántas “frases” escuché, repetidamente, durante toda mi infancia:
· “No hay mal que siempre dure ni bien que no se acabe”,
· “quien habla una lengua, vale por uno; quien habla dos, vale por dos; quien habla tres, vale por tres…”
· “mentía siempre; el día que el asunto era serio, nadie le creyó…”
· “quien habla mucho dice muchas tonterías”
· “una palabra vale oro, un silencio vale dos”·
“el secreto es el alma del negocio”
· “la lealtad es fundamental”
· “mucho ayuda el que no estorba”
· “Dios ayuda a quien madruga…”
· “cuentas claras conservan la amistad”
En fin, son frases más o menos comunes, simplificadoras, consideradas “sabias”, muy utilizadas en prédicas, discursos, adoctrinamientos y catequesis políticas o religiosas.
Pero hay un “aforismo” que papá me contó, unas pocas veces, siempre encajando maravillosamente en lo que él quería decir, que nunca escuché de ninguna otra fuente, y que quiero compartir aquí, porque me parece genial:
“PARA ALIÑAR UNA ENSALADA SON NECESARIAS TRES PERSONAS”.
Y callaba. Esperaba a que yo preguntara: “¿por qué?”. Entonces explicaba:
—Una para poner el vinagre, otra para el aceite y finalmente otra para la sal.
Y yo volvía a preguntar: ¿por qué no puede ser una sola persona haciendo las tres cosas?
Y él:
Para que la ensalada quede bien aliñada, son necesarias tres personas porque:
· una tiene que ser económica (avara, tacaña, autoritaria?) para poner el vinagre,
· otra debe ser generosa (manirrota, desprendida?) para poner el aceite,
· y otra debe ser equilibrada (justa, imparcial?) para poner la sal.
Y, concluyendo con una mirada pícara de “te pillé”:
Como nadie tiene siquiera dos de esas características al mismo tiempo, se necesitan tres personas.
¿En cuántos episodios queremos que asuntos complejos o que requieren habilidades distintas sean bien resueltos por una sola persona o un solo grupo? La mayoría, nosotros mismos. No nos damos cuenta de ese detalle.
Es una lección de sabiduría. Consciente de que el mundo, tanto en el plano macro como en el micro, personal o profesional, es siempre una ensalada que para ser bien aliñada no debe ser manejada por una sola persona ni acompañada solo por un tipo de personas o por un solo punto de vista o postura.
Y no me vengan con el políticamente correcto: para que las cosas sucedan, es necesario ser amable, democrático, diplomático, pero sin los rudos (algunos incluso groseros), los objetivos, los enfocados, los que piensan en las generaciones futuras y no solo en el inmediatismo, sin esos tampoco se llega a ningún lado. La sabiduría es buscar la mezcla que se necesita, imposible de alcanzar con una sola facción o persona.
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