Extranjerismos / IA o AI?
- Miguel Fernández

- 7 nov
- 3 Min. de lectura
Reconozco que los idiomas se influyen entre sí.
Reconozco que el inglés se ha convertido en el “esperanto” del mercado financiero y del comercio internacional, y no vale la pena discutirlo, además de usar muchos términos abreviados y palabras prácticas como A.S.A.P., OK y “Help”. Lo mismo ocurre con las palabras nuevas, creadas y/o adaptadas para satisfacer las demandas de las novedades tecnológicas, como “blog”, que proviene de “web-log”, esencialmente un “diario público”. ¿Sería mejor decir “registro”? El primer idioma que lo crea o difunde, se impone.
No se puede negar que “R.S.V.P.” y “merde” del francés, “ciao” del italiano, “quizás” del español, inmortalizado por el afroamericano Nat King Cole, y otros términos que parecen hechos para ciertas cosas o momentos, los hemos adoptado todos “sin problema”.
Pero los extranjerismos innecesarios en nuestro portugués me molestan. No llego al extremo de decir “ludopédio” en lugar de “fútbol”, pero no me gusta la aceptación sumisa de las palabras extranjeras.
Más aún cuando se usan sin necesidad, sin gracia, por limitación cultural (falta de vocabulario) o como un esnobismo servil, incluso sin darse cuenta.
¿Por qué decir “tsunami”, palabra japonesa que muchos idiomas adoptaron por falta de término propio, si en portugués tenemos “maremoto”?¿Un “delivery” llega más rápido que una “entrega”?¿Y el “equity”, dicho en mesas de negociación en lugar de “aporte de capital”, solo para impresionar?¿Y cuando los tamaños se expresan en “pulgadas”, que ni siquiera pertenecen al sistema decimal?
Son expositores afectados por el complejo de vira-lata (*), que aqueja a nuestro país, para quienes, si la narrativa es en lengua extranjera, cualquier tontería parece inteligente.
Como corolario, está la manía de citar a “especialistas” y “científicos” extranjeros para respaldar opiniones “de moda”, casi nunca cuestionadas, pero adoptadas por las tribus a las que cada uno quiere pertenecer o parecer: el “calentamiento global”, las “vacunas que hacen daño”, el “terraplanismo”, las “fake news” (siempre de los otros), y así sucesivamente.
Así que mi viaje a São Paulo, al comienzo de la primavera de 2025, en un vuelo de LATAM, empezó mal: apenas el avión alcanzó la altitud de crucero, el piloto anunció por el micrófono: “tripulación: diez mil pies”. Como estos vuelos están regulados por la ANAC, quedó claro que el gobierno brasileño no hace nada contra este colonialismo cultural, aunque proclame nuestra “autodeterminación” y “orgullo nacional”.
Pero el viaje “valió la pena”.
Además de reencontrarme con queridos amigos y colegas, participé en un seminario de la ANE – Academia Nacional de Ingeniería, en el centenario IE – Instituto de Ingeniería, para homenajear a estudiantes que presentaron trabajos en un concurso promovido por la ANE y fueron seleccionados. También asistí a algunas charlas interesantes.
“Valió la pena” por la conferencia del Ing. Lawrence, quien, ya octogenario, expresó su pasión por la vida y por la ingeniería, inspirando y emocionando a la audiencia, y a sí mismo, hasta el punto de quebrársele la voz (descubrí que no soy el único a quien le pasa). “La ingeniería es para servir a la humanidad”, dijo. “¿Y si apagan el Wi-Fi? ¿Estamos en la era de internet o en la edad de internet?”
También “valió la pena” por la presentación de una estudiante del ITA, Maria Antônia, ganadora de uno de los premios. Segura en su exposición (sobre control e instrumentación de pequeños cultivos), con una rara precisión en el uso de nuestro portugués y en su conocimiento técnico: cada vez que debía hablar de Inteligencia Artificial (IA), esa tontería mediática internacional “de moda” que no existe, ella evitaba decirlo y decía “Automatización Inteligente (AI)”. Al fin y al cabo, ¿quién define las condiciones de contorno?, ¿quién selecciona las alternativas? Lo hizo unas diez veces. Me encantó.
Concluí que, a pesar de todo, la vida inteligente y nuestra cultura sobrevivirán.
(*) Nelson Rodrigues, 1958: “Entiendo por complejo de vira-lata la inferioridad en la que el brasileño se coloca voluntariamente frente al resto del mundo”.
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